Evangelio de Lucas - Capítulo 23


[1] Después se levantó toda la asamblea y lo llevaron ante Pilato. [2] Y comenzaron a acusarlo, diciendo: «Hemos encontrado a este hombre incitando a nuestro pueblo a la rebelión, impidiéndole pagar los impuestos al Emperador y pretendiendo ser el rey Mesías». [3] Pilato lo interrogó, diciendo: «¿Eres tú el rey de los judíos?». «Tú lo dices», le respondió Jesús. [4] Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la multitud: «No encuentro en este hombre ningún motivo de condena». [5] Pero ellos insistían: «Subleva al pueblo con su enseñanza en toda la Judea. Comenzó en Galilea y ha llegado hasta aquí». [6] Al oír ésto, Pilato preguntó si ese hombre era galileo. [7] Y habiéndose asegurado de que pertenecía a la jurisdicción de Herodes, se lo envió. En esos días, también Herodes se encontraba en Jerusalén. [8] Herodes se alegró mucho al ver a Jesús. Hacía tiempo que deseaba verlo, por lo que había oído decir de él, y esperaba que hiciera algún prodigio en su presencia. [9] Le hizo muchas preguntas, pero Jesús no le respondió nada. [10] Entre tanto, los sumos sacerdotes y los escribas estaban allí y lo acusaban con vehemencia. [11] Herodes y sus guardias, después de tratarlo con desprecio y ponerlo en ridículo, lo cubrieron con un magnífico manto y lo enviaron de nuevo a Pilato. [12] Y ese mismo día, Herodes y Pilato, que estaban enemistados, se hicieron amigos. [13] Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los jefes y al pueblo, [14] y les dijo: «Ustedes me han traído a este hombre, acusándolo de incitar al pueblo a la rebelión. Pero yo lo interrogué delante de ustedes y no encontré ningún motivo de condena en los cargos de que lo acusan; [15] ni tampoco Herodes, ya que él lo ha devuelto a este tribunal. Como ven, este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte. [16] Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad». [18] Pero la multitud comenzó a gritar: «¡Que muera este hombre! ¡Suéltanos a Barrabás!». [19] A Barrabás lo habían encarcelado por una sedición que tuvo lugar en la ciudad y por homicidio. [20] Pilato volvió a dirigirles la palabra con la intención de poner en libertad a Jesús. [21] Pero ellos seguían gritando: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!». [22] Por tercera vez les dijo: «¿Qué mal ha hecho este hombre? No encuentro en él nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad». [23] Pero ellos insistían a gritos, reclamando que fuera crucificado, y el griterío se hacía cada vez más violento. [24] Al fin, Pilato resolvió acceder al pedido del pueblo. [25] Dejó en libertad al que ellos pedían, al que había sido encarcelado por sedición y homicidio, y a Jesús lo entregó al arbitrio de ellos. [26] Cuando lo llevaban, detuvieron a un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo cargaron con la cruz, para que la llevara detrás de Jesús. [27] Lo seguían muchos del pueblo y un buen número de mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él. [28] Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo: «¡Hijas de Jerusalén!, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos. [29] Porque se acerca el tiempo en que se dirá: ¡Felices las estériles, felices los senos que no concibieron y los pechos que no amamantaron! [30] Entonces se dirá a las montañas: ¡Caigan sobre nosotros!, y a los cerros: ¡Sepúltennos! [31] Porque si así tratan a la leña verde, ¿qué será de la leña seca?». [32] Con él llevaban también a otros dos malhechores, para ser ejecutados. [33] Cuando llegaron al lugar llamado «del Cráneo», lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. [34] Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos. [35] El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!». [36] También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, [37] le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!». [38] Sobre su cabeza había una inscripción: «Este es el rey de los judíos». [39] Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». [40] Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? [41] Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo». [42] Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino». [43] Él le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso». [44] Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. [45] El velo del Templo se rasgó por el medio. [46] Jesús, con un grito, exclamó: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Y diciendo esto, expiró. [47] Cuando el centurión vio lo que había pasado, alabó a Dios, exclamando: «Realmente este hombre era un justo». [48] Y la multitud que se había reunido para contemplar el espectáculo, al ver lo sucedido, regresaba golpeándose el pecho. [49] Todos sus amigos y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea permanecían a distancia, contemplando lo sucedido. [50] Llegó entonces un miembro del Consejo, llamado José, hombre recto y justo, [51] que había disentido con las decisiones y actitudes de los demás. Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios. [52] Fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. [53] Después de bajarlo de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro cavado en la roca, donde nadie había sido sepultado. [54] Era un día de Preparación, y ya comenzaba el sábado. [55] Las mujeres que habían venido de Galilea con Jesús siguieron a José, observaron el sepulcro y vieron cómo había sido sepultado. [56] Después regresaron y prepararon los bálsamos y perfumes, pero el sábado observaron el descanso que prescribía la Ley.

¡Bendiciones!


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